I – Notas biográficas
El 17 de junio de 1887 nació en Dos Hermanas un niño al que bautizaron como José, hijo de José Miguel Montaño, de Jerez de la Frontera, y de María Arahal Gómez, de Dos Hermanas, vecinos de la calle Esperanza. Fue el quinto de nueve hermanos y pronto los mayores empezaron a llamarle Pepín, nombre cariñoso que a la vez calificaba a un niño regordete como siempre fue su físico.
Sobre su vocación religiosa uno de sus hermanos mayores decía: Aún no tenía Pepín cinco años y ya se le veía inclinación grande por las cosas de Dios.
El profesor Julián Esteban sitúa el origen de su devoción mariana entorno a la Virgen de los Dolores quizás siguiendo la estela de su abuela María Gómez Martín, devota y hermana de la Virgen de los Dolores, de Dos Hermanas, y esa devoción se acrecienta cuando Pepín contacta con los Terciarios Capuchinos de la Virgen de los Dolores que llegaron a Dos Hermanas en 1899 con intención de fundar una Casa de Reforma, tarea primordial y específica de la Congregación. Tuvieron una primera sede en una casona de la llamada Huerta del Rey, en la zona del antiguo Caminillo Real, posiblemente cedida por la familia Alpériz, propietarios de la antigua fábrica de yute, o por intercesión de dichos benefactores. Por el padre Domingo María de Alboraya, T.C., conocemos que desde el comienzo aquellos primeros frailes desarrollaron su labor en tres vertientes: capellanías, catequesis y educación. A ese ambiente llegó Pepín cuando tenía once años.
El padre Roca, T.C., en su “Historia de la Congregación de Religiosos Terciarios Capuchinos” cuenta: ¿Qué será este niño?, se preguntaban en Dos Hermanas cuando Pepín apenas contaba once años, pregunta que en el niño tenía una sola respuesta: “terciario capuchino”.
En 1899 conoció al padre Luis Amigó, fundador de la Congregación, cuando visitó Dos Hermanas para inaugurar la primera sede. Al año siguiente ya era un aprendiz de novicio siendo destinado dos años más tarde al convento de Torrente (Valencia) donde mostró su inquietud por aprender latín y estudiando Humanidades. Finaliza su época de postulante en 1903 y el mismo día que toma los hábitos el padre fundador lo acoge en la Congregación diciéndole: Bienvenido seas, hijo mío, ¿cómo quieres llamarte?; a lo que el nuevo fraile respondió: usted lo ha dicho, Bienvenido.
Hizo su primera profesión religiosa en 1905 y a continuación el periodo de seis años de votos temporales. En 1911, con 23 años, hace sus votos perpetuos. Es destinado al convento de Teruel y después a Madrid, donde estudia Teología. En 1920 es ordenado sacerdote y destinado como maestro de novicios al convento de Godella (Valencia) siendo nombrado superior del noviciado en 1923 permaneciendo en tal cometido hasta que en 1927, en el VI Capítulo General, es elegido Superior General de los Terciarios Capuchinos. Su tarea al frente de la Congregación es fructífera haciendo una intensa y discreta propaganda a favor de la obra de reeducación de menores, promoviendo la visita a reformatorios de personas destacadas de la vida religiosa, política y social de la época para que tomaran conciencia de la problemática de jóvenes que los frailes estaban atendiendo, llevó la Congregación a América, promovió nuevos establecimientos como Pamplona y Alcalá de Guadaira, impulso, en el seno de la Congregación, la celebración de jornadas pedagógicas y reuniones de educadores, promovió la revista “Adolescens surge”, incentivó la especialización sicológica y técnica de los miembros de la Congregación… En definitiva un generalato muy denso y de amplia repercusión positiva para los Terciarios Capuchinos de la Virgen de los Dolores.
Cesó en el cargo de Superior General en 1932 pasando a ser Consejero y Secretario General promoviendo viajes de estudios de miembros de la Congregación a Bélgica, Holanda y Alemania, participando en esa búsqueda de conocimientos y técnicas educativas y como delegado del Superior General estuvo en América en 1934.
En 1935 pasó a dirigir el convento y reformatorio de Santa Rita, en Madrid, y en ese cometido estaba cuando comenzó la guerra incivil del treintayseis entre cuyos horribles avatares figura el martirio de este nazareno, hombre de bien, sacerdote y educador de profunda huella en todas y cada una de esas parcelas de su vida.
Juan José Domínguez González