Tras un Domingo de Ramos a medias que impidió que Jesús entrara entre vítores y loas en Dos Hermanas a lomos de su pollino, pero que sí nos hizo verlo maniatado. Un Lunes Santo que se negó a verlo humillado ante su pueblo, un Martes Santo en el que buscó refugio y amparo en su casa de la calle Real Utrera. Y al fin miércoles. El Miércoles.
Amaneció el día con un aire un tanto desagradable y el plomizo cielo amenazando con derramarse sobre los nazarenos e impedir la salida de Ntro. Señor Jesucristo en la Sagrada Oración en el Huerto. Tuvo lugar la preceptiva Misa de Hermandad a las once de la mañana dirigida por nuestro Director Espiritual D. Lorenzo Nieto. Las caras de los hermanos, fieles y devotos allí presentes se debatían entre la esperanza y el desconsuelo de los días anteriores. Todos nos fuimos a casa con la misma sensación, que sea lo que Dios quiera.
Rondando las seis de la tarde comenzaban a llegar los primeros hermanos ataviados con sus ropas de nazarenos, en un desfilar a menudo solitario por las calles de Dos Hermanas hasta su Casa de Hermandad. Poco a poco, nuestra Casa se llenaba de hermanos y hermanas deseosos de poder hacer Estación de Penitencia junto a sus amados Titulares. El Hermano Mayor iba de aquí para allá mirando en su móvil los últimos partes meteorológicos que le llegaban. Las predicciones eran confusas, ya que hasta las ocho daban un cuarenta por ciento de probabilidad de precipitación y a partir de entonces bajaban a cero. No fue necesario el, por desgracia tan habitual en los últimos años, “cabildo de agua”.
A las siete en punto se abrieron las puertas de la Casa de Hermandad para dar comienzo la Estación de Penitencia. Allí estaba la Cruz de Guía que abriría el cortejo del Miércoles Santo, con nuestra querida Hermandad evangelizando las calles de Dos Hermanas. Las filas de nazarenos con túnicas y capa blanca, antifaz de terciopelo morado, cíngulo amarillo y calzado negro bien formadas. La cofradía se abría paso por el pueblo. Las humaradas de incienso salían desde dentro de la Casa como si de niebla se tratara, interponiendo un finísimo velo de humo santo entre Nuestro Señor Jesucristo y la calle. Comienzan los sones de Jesús en Getsemaní por parte de la Banda de Música Villa de Guillena (que acompaña al paso de Ntra Madre y Sra de los Dolores) mientras el paso de Cristo, poco a poco y siempre con el izquierdo por delante, efectuaba su salida procesional. El Señor iba vestido con túnica blanca y manteo púrpura y el paso exornado con claveles rojos. Una vez terminada la salida y mientras el paso se alejaba por la esquina de Aníbal González con Lope de Vega el cortejo seguía manando desde dentro de nuestra Casa como si de un hormiguero se tratase. Aproximadamente cuarenta minutos más tarde lucía majestuosa en la calle, con los rayos vespertinos reflejándose en su hermoso rostro compungido, Ntra. Madre y Sra. de los Dolores, vestida con su saya roja, su fajín de generala de todos los ejércitos celestiales, y coronada como Reina, cubierta con su manto negro como el palio bajo el que se sitúa. Se cierran las puertas del templo, alea jacta est.
La cofradía, como siempre ha hecho, mostró un comportamiento ejemplar por las calles de Dos hermanas durante todo el recorrido penitencial. Los pasos de Cristo y Palio tuvieron momentos especialmente emotivos en la Ermita de San Sebastián, durante su presentación a la Hermandad de la Vera-Cruz , donde el mismo Jesús crucificado se anunciaba a sí mismo cuál habría de ser su sino. No más de una hora después, Jesús, que durante su oración al Padre en el huerto de Getsemaní sudó sangre, buscó consuelo ante el Gran Poder de Dios, que lo esperaba en Real Utrera: … pero hágase Tu voluntad y no la mía. Mientras esto sucedía, la Cruz de Guía hacía su entrada en la Carrera Oficial, cumpliendo con los horarios establecidos escrupulosamente. La Iglesia Mayor de Dos Hermanas, dedicada a Santa María Magdalena, esperaba la llegada de ambas pasos para verlos ante sus puertas. La presentación fue espectacular y el trabajo de la cuadrilla de costaleros de ambos pasos fue admirable.
Pero el tiempo corría en nuestra contra, y queramos o no, la vuelta a casa era inexorable. No obstante, nuestros hermanos de la Borriquita reunidos en Casa de Hermandad ofrecieron sus respetos y oraciones a nuestros sagrados y amados Titulares, quizás pidiéndole que el año que viene sea más benévolo y los deje realizar su Estación de Penitencia y aleje las inclemencias del tiempo de Dos Hermanas, pero como se ha dicho antes […] hágase Tu voluntad y no la mía. A pesar de querer extender el tiempo como si de un elástico se tratara, el reloj no se detenía y seguía con su acompasado ritmo, segundo tras segundo, minuto tras minuto y hora tras hora.
A las doce y cuarto de la noche el Diputado Mayor de Gobierno pedía que se abrieran las puertas de la Casa de Hermandad para acoger a los penitentes que hacia ella se dirigían. Pausadamente los primeros tramos fueron entrando, mientras que el Señor, el Ángel Confortador y los apóstoles Pedro, Santiago y Juan hacían su entrada a golpe de tambor y bombo. Pero en un solo instante se hizo el silencio en la calle Aníbal González. La noche cubría el con su oscurecido manto, y el rostro del Señor quedaba iluminado por la mortecina y macilenta luz de las velas. Entonces la voz de Maribel Lozano quebraba el silencio de la noche para dedicarle una Saeta a su querido Jesucristo pidiéndole un manchón allá en su Divino Reino Celestial. Posteriormente el paso de Cristo, ya los costaleros vueltos y de cara a la puerta, comenzó a adentrarse en su casa. ¡Los cuerpos a tierra, más a tierra –el majestuoso olivo acariciando con sus hojas el dintel de la puerta- más a tierra, vámonos de frente valientes! ¡Los cuerpos arriba! Sonó la marcha real acompañada de gran cantidad de aplausos.
Continuaban entrando penitentes, tramos de angelicales niños que cumplieron fielmente con su Estación de Penitencia los últimos tramos de la cofradía, la Presidencia y de nuevo el silencio, tras la interpretación por parte de la Banda Villa de Guillena de la marcha «Aires de Triana». Y he ahí otra vez a Maribel rompiendo el respetuoso silencio por los Dolores de una madre que no encuentra consuelo, pero que sabe consolar y repartir esperanza. La ajustada entrada del palio hacía que los allí presentes siguieran en un silencio absoluto hasta que este entró. Formidable el trabajo de estos costaleros del palio, que demostraron saber hacer hasta el último segundo, venciendo al cansancio y situando su corazón como fuente de fuerza cuando ya éstas flaquean. Sonó la marcha real, aplausos y más aplausos. El Señor y su Bendita Madre están dentro, en su Casa. Se cierran las puertas.
Saturnino Cintas Navarro
Secretario 2º
Foto: Francisco Sánchez Garrido
Magnífica crónica que refleja fielmente lo que vivimos el pasado Miércoles Santo.
Muy buena crónica Satu. Me ha vuelto a transportar al Miércoles Santo.
Muchas gracias, señores!