Resulta increíble, echando la vista atrás, cómo a veces la vida te sorprende con algunas situaciones que, pensándolo bien, estoy convencido sería incapaz siquiera de afrontar si tuviera que enfrentarme a ellas hoy día.
Y es en esos instantes, con el paso de los años, cuando te das cuenta que Dios, en su infinita providencia, verdaderamente marca los designios de nuestras vidas y llena cada uno de los días, de las horas y hasta de los segundos de nuestra existencia. Porque, llamémosle como queramos, pero yo, que no creo en casualidades, estoy convencido de que el Señor puso su mano hace ya diez años para que, entre todos, pusiéramos los nuevos y robustos pilares de una nueva Hermandad.
Hacía apenas tres meses que había tomado posesión como hermano mayor (25-06-99) cuando la noticia llegaba como un mazazo. “Se nos cae la Casa Hermandad”. Era como si los muros de la casa cuya construcción había sido un referente para el mundo cofrade nazareno en la década de los 70 también acusaran los envites que en los últimos años habían ido quebrando la unidad de sus hermanos. Nunca mejor dicho, los cimientos se nos estaban tambaleando.
En apenas unas semanas (Noviembre de 1999) trasladamos la Casa Hermandad y los enseres al piso y al local que durante años fue mi vivienda familiar en la calle Divina Pastora. El día 12 de noviembre, en la Parroquia de Santa María Magdalena, celebramos Cabildo General Extraordinario, en el que mi Junta y yo recibimos el respaldo unánime de la Hermandad para tomar las medidas oportunas con que llevar a cabo la reconstrucción de la nueva casa. Hacía falta mucha imaginación para proyectar de la mejor manera el futuro próximo de la Hermandad, analizando costos y previsiones cuando además tuvimos que levantar la hipoteca que habíamos empezado prácticamente a pagar unos meses antes, correspondiente al piso de arriba. Pero la cantidad rápidamente se vio incrementada al comprar la casa colindante (Aníbal González 10) que supuso aún un mayor esfuerzo económico por el valor añadido que suponía el estar justo al lado de nosotros. Era el mes de febrero del 2000, y había que buscar muchos millones de la nada.
Era un reto inmenso, pero desde el primer momento la Hermandad, el pueblo, tantísimos devotos de nuestro Cristo y su Bendita Madre se volcaron en este proyecto que marcaba un nuevo horizonte en el futuro de nuestra corporación. Sería interminable enumerar a todos los que pusieron su granito de arena, pero sí es cierto que tengo la obligación de recordar a algunas personas que no puedo dejar de nombrar al rememorar aquellos momentos.
De fuera, habría que recordar la labor de la empresa CATOSAN con José Torres al frente y de Francisco Caro Romero (q.e.p.d.), que llegó a ser fundamental en el ánimo y apoyo que le dio a éste que suscribe. Todavía recuerdo la mirada emocionada de los socios de Inazal, empresa colaboradora de la constructora, cuando les entregamos un pergamino de agradecimiento y les dije que, en todo el proyecto, habían tenido un papel crucial muchos ángeles que se nos habían presentado, pero especialmente varios arcángeles; entre ellos nuestro inolvidable Paco Caro. Y también, cómo no, hay que recordar a José Ramírez Tirado (el arquitecto), con el que mantuve innumerables y larguísimas reuniones, y la firmeza profesional de mi amigo José Moreno García (Director técnico de la obra).
De casa, fueron muchos los que lo dieron todo. Muchos, los que aportaron lo que fuera. No solo lo económico era importante. Aquellas palabras de ánimo, tanta ilusión y esa mirada de entusiasmo que volvía a la gente del Miércoles Santo se convirtieron en la levadura ideal para levantar, en este caso, los mejores muros que una Hermandad pudiera soñar.
No puedo olvidar la imprescindible comunicación y su comprensión de nuestro Director Espiritual Rvdo. D. Lorenzo Nieto Frutos. También de mi inolvidable D. Francisco Silva Limón (q.e.p.d.), Vicario de la S.I. Catedral, hermanado con él desde nuestro viaje a Tierra Santa allá por el 2000 y hermano también de nuestra Hermandad, siempre predispuesto a ayudarme en todas y cada una de las dudas que me embargaron.
Pero los que me conocen saben que al echar la vista atrás sí he de resaltar un nombre, de todos esos brazos tendidos que tuve dispuestos a ayudarme, y no es otro que el de mi querido y añorado Pepe Carlos (q.e.p.d).
José Carlos Pérez García, al que si la Hermandad quisiera poner algún día una placa conmemorativa en su memoria, el lugar idóneo sería el ascensor y cuya incorporación al proyecto defendió con tal tenacidad que parecía que la vida le iba en ello. Durante los seis años que estuve al frente de la Hermandad, fue mi amigo, mi consejero. Mi pilar fundamental y primero. Siempre dispuesto, siempre entregado a lo que su Hermandad le solicitase. Todo un Señor con mayúsculas. Un amigo ejemplar. Además creo que fue el mejor embajador que la Hermandad tuvo en todos los tiempos. Hombre bueno y piadoso, muy mariano y caritativo. Creo que no le dio tiempo a cumplir muchas cosas que me confesó durante aquellos años que haría en un futuro para con su Hermandad, a la que quería con pasión.
Evidentemente hubo muchas otras entidades. Muchos profesionales anónimos que contribuyeron de forma ejemplar. Sin olvidar por supuesto, la magnífica disposición del Delegado de Cultura y Fiestas Mayores D. José Román Castro y del Excelentísimo Ayuntamiento de Dos Hermanas. Si acaso, un lunar. El fallido intento de cambio de nombre a la calle Aníbal González por el de Nuestra Madre y Señora de los Dolores, a pesar de contar con el apoyo abrumador de los vecinos de la misma, siendo la Hermandad y sus Sagrados Titulares elementos vertebradotes y sobresalientes de la misma.
Pero sobre todo, hubo muchos hermanos que entendieron mi mensaje de unidad y puertas abiertas para toda la Hermandad y lo hicieron suyo. Y lo llevaron al seno de sus familias, de su trabajo, de sus amistades. La Hermandad crecía en sus hermanos y se hacía más joven y más fuerte que nunca. Esto sí que eran unos pilares. Forjados con el esfuerzo de todos. Quizás el mejor ejemplo de lo que digo sea la imagen de aquel chaval que todas las semanas llegaba con sus monedas ahorradas, y se las entregaba al bueno de Guillermo, puntualmente, para ayudar a levantar la nueva casa hermandad. Hoy ese chico, por cierto, es miembro de la actual Junta de Gobierno. Ahí se estaban forjando, los nuevos pilares del Miércoles Santo.
Hoy, diez años después, me queda el convencimiento de que lo dimos todo por la Hermandad. Gracias a todos y cada uno de los miembros de las Juntas de Gobierno que formé y que tuve la suerte de dirigir. Sin ellos hubiera sido imposible.
Diez años de Hermandad. De verdadera comunión cimentada en la mejor herencia que recibimos de nuestros mayores: el amor a Cristo Orando en el Huerto y a Nuestra Madre y Señora de los Dolores. Ellos y solo ellos harán posible que, a pesar del paso del tiempo y de los envites de la vida, nunca jamás se tambaleen los pilares de nuestra Hermandad.
Fdo. Manuel Bando Reina