El 5 de julio pasado un grupo de nuestra Hermandad iniciamos un viaje excepcional, un periplo para muchos inédito, para algunos inusitado; nos íbamos a Tierra Santa. Y además con un motivo explícito cual era las Bodas de Oro de unos hermanos insignes: Guillermo y Victoria.
En Madrid nos encontramos con dos amigas mexicanas y nos unimos al grupo madrileño de la Divina Pastora en el que previamente se habían integrados personas de Costa Rica, Asturias, Galicia… hasta conformar una unidad de 38 peregrinos dirigidos por el padre Francisco Cañestro, un rondeño de Madrid, buen guía de Tierra Santa y del espíritu tanto colectivo como individual. Grupo variopinto que pronto nos sentimos cohesionados y predispuestos a captar lo positivo de todos y dar lo mejor de nosotros.
Llegado a este punto lo convencional es hacer nuevamente el mismo itinerario e ir dejando en una sarta de descripciones y emociones el camino recorrido durante ocho día por tierras de Galilea, Jerusalén, Belén… en definitiva de andar por los caminos del Señor, de estar donde Él estuvo, de pisar sus senderos. Y cosechar sus enseñanzas.
Si en el corazón de la Ciudad tres veces santa se conmemora paso a paso el Via Crucis, camino de la cruz, el conjunto de la peregrinación es el más completo Via Lucis, camino de la luz. Un camino de lugares que tanto aportan por sí y en conjunto; como los de Nazareth (basílica de la Anunciación, museo de María, capilla de San José, riqueza arqueológica, la sinagoga convertida en iglesia católica maronita de rito latino, la parroquia ortodoxa de San Gabriel en la Fuente de la Virgen); Tiberiades y el Mar de Galilea (inolvidable la misa nocturna embarcados, las Bienaventuranzas, la Multiplicación de panes y peces, el Primado de Pedro, Cafarenaúm con su importante carga evangélica e histórica, travesía del gran lago); el resto de Galilea desde el Mediterráneo hasta los campos de Naim (Haifax, Monte Carmelo, Canáa donde los matrimonios renovaron su compromiso encabezados por los bodasdeoro celebrantes, el Tabor, los palmerales del camino); la Judea profunda (lugar de bautismo de Cristo en el Jordán, Jericó, el corazón del desierto de Judea, el Qum Ram con su historia de manuscritos y restos arqueológicos, el Mar Muerto y el baño singular, Betania); Belén (iglesia ortodoxa de la Natividad, Campo de los Pastores); la Jerusalén Este desde la evangélica Ein Karem hasta el moderno Museo de la ciudad y perspectivas de la Jerusalén que se proyecta desde su historia hacia su futuro o cuando la propia Jerusalén busca el mar por el camino de Emaús –lugar de Cristo resucitado- hasta la bíblica Jaffa. Y la vieja Jerusalén.
“Qué alegría cuando nos dijeron *vamos a la casa del Señor*, ya están pisando nuestros pies tus umbrales Jerusalén…”. Jerusalén en sí misma, ciudad de la paz (contradictorio el concepto a veces), la ciudad eterna; la ciudad de los judíos y su Muro de las Lamentaciones –y el otro muro, el Lamentable-; la ciudad de los musulmanes, sus dos grandes mezquitas y su infinidad de tiendas pequeñas; la ciudad de los cristianos, desde el Cenáculo hasta el Calvario con el colofón del Santo Sepulcro con su “apellido” definitorio y definitivo: VACIO, piedra angular de nuestra fe, oración final del Via Lucis que tiene su alfa y omega en “el Verbo se hizo carne” y en “Resucitó”.
Para nosotros un momento álgido llegó la mañana que salimos hacia el Monte de los Olivos empezando por su ladera oriental en el santuario de Betfagé para subir a la cima y desde el édiculo de la ascensión ir bajando por el Pater Noster, camino sinuoso que el primer Domingo de Ramos fue camino de los hosannas, Dominus Flevit –llanto de Cristo a la vista de Jerusalén- y por fin Getsemaní y todo cuanto nos ofrece desde la perspectiva del valle del Cedrón hasta la gruta donde Cristo fue apresado, el Huerto de los Olivos, la Piedra de la Agonía dentro de una basílica maravillosa…y por la noche, volver para participar en una Hora Santa inolvidable con procesión con el Santísimo alrededor del sagrado Huerto. GETSEMANÍ. Y punto.
Allí dejamos nuestra impronta de medallas de la Hermandad al cuello, fotografías quizás irrepetibles, el beso en la Piedra que recogió la sangre del sudor de Cristo, participación activa en la santa misa, peticiones que el corazón dictaba a la palabra, memoria de cariño imperecedero por nuestros últimos hermanos marchados hacia Él (Antonio Jesús, Hilaria, Josefa y Pepe Polo)… todo eso dejamos allí.
De allí nos trajimos realizada una reconfortante y novedosa Protestación de Fe y también la sensación de que Aquel que allí mismo oró, lloró y sudó sangre, al igual que la Confirmación revalida el bautismo, nos revalidó en el carisma que aporta ser hermana o hermano del Cristo de la Oración.
Una constitución del Vaticano II se titula “Lumen Gentium”, luz de la gente; eso es viajar por el Quinto Evangelio, eso es peregrinar por Tierra Santa, eso es para nosotros llegar a Getsemaní.
Juan José Domínguez González
Extraordinario artículo, querido Juan José, compendio del viaje a Tierra Santa con nuestros hermanos Guillermo y Ma Victoria