Vivir y sentir la Semana Santa en el lugar de los Hechos es transportarnos a otra dimensión de esos Hechos con el resultado del Santo Sepulcro VACÍO.
En Jerusalén, escenario natural de los acontecimientos, no hay procesiones a nuestra manera, ni pasos, nazarenos, música, flores, cera… nada es a nuestra manera.
El Domingo de Ramos se celebra una procesión (así la llaman) desde Betfagé hasta la iglesia de Santa Ana llegando a la cima del Monte de los Olivos a la altura del Pater Noster y bajando hacia el Dominus Flevit donde se rememora el llanto de Cristo ante la visión de Jerusalén siguiendo hacia abajo pasando por el monasterio de las ortodoxas rusas de Santa María Magdalena, Getsemaní, cruzando el Cedrón por el puente de San Esteban y una larga cuesta para entrar en la Ciudad de David por la Puerta de los Leones; el mismo recorrido que hizo Cristo si bien Él terminó en el Templo que ahora no existe y su espacio resulta inaccesible; por eso termina lo más cerca posible. Se desarrolla a partir de las 4 de la tarde, hora local, y concluye dos horas más tarde; cuando la cabecera llega al final casi no han salido los últimos integrantes. En esa procesión participan miles y miles de personas encabezándola escoltas turcos con ropajes de otra época y que a lo largo de la semana se hacen familiares abriendo todos los cortejos de frailes católicos, monjes de las distintas iglesias ortodoxas y dignidades eclesiásticas. Siguen un gran número de grupos de scouts con sus uniformes, banderas y bandas de música llegados de todos los núcleos cristianos de Tierra Santa y a continuación el pueblo en general, muchos grupos de peregrinos con sus gorritas de distintos colores identificativas de cada uno y con ramas de olivo, palmas trenzadas que se han podido comprar por la mañana en Belén y palmas grandes llegadas de los palmerales de la ladera de los Altos del Golán, orilla oriental del Mar de Galilea o del valle del Jordán por Samaria, Jericó… Una apoteosis de júbilo, cánticos en todos los idiomas, banderas de muchos países…Grupos de toda Hispanoamérica, Estados Unidos, España, Italia, Polonia, Indonesia, Malasia… Por todo el camino reporteros y cámaras de televisión de todas partes incluida TVE. Mientras va llegando el cortejo al gran patio de los PP Blancos franceses un grupo rockero cantan y cantan canciones en hebreo, árabe e inglés y en su repertorio algo sorprendente: la música de nuestro Porompompero. La bendición del sirio Faud, Patriarca Latino de Jerusalén, pone fin a la primera y popularísima celebración de la Semana Santa.
El Jueves Santo sorprende por un hecho negativo nada extraño para los asiduos de Tierra Santa. La Cena del Señor no se celebra en el Cenáculo porque en ese lugar no se puede oficiar la santa misa al ser propiedad de unos musulmanes que, de momento, solo acceden a que sea visitada por grupos de peregrinos. Me dijo en diciembre pasado quien facultad y conocimiento directo tiene para decirlo que hay interesantes conversaciones avanzadas para poder celebrar allí misas pero “las cosas de palacio…” y más cuando el trato es con pacientes y tranquilísimos musulmanes para quienes hacer la semana que viene lo que se pudo hacer el mes pasado es correr mucho. En fin, es lo que hay.
La celebración grande católica del Jueves Santo tiene tres lugares: el Patriarcado Latino donde acude la curia de la Iglesia en Tierra Santa, el “cenaculín” (nombre que se le da a la iglesia de los Franciscanos junto al Cenáculo) donde acude el Custodio General de Tierra Santa y todos los frailes y la basílica de la Agonía en Getsemaní donde se hace la celebración para peregrinos.
Por la noche se vuelve a Getsemaní concentrándose en el lugar una muchedumbre que abarrota la basílica y alrededores hasta toda la calle. Es una Hora Santa que en verdad dura más de dos conmemorándose la Oración de Cristo con su soledad (apóstoles dormidos), viva agonía, entrega al Padre y prendimiento. A finalizar parte una procesión con antorchas y miles de personas; se hace el mismo recorrido que llevó a Cristo hasta el sumo sacerdote Caifás en el lugar llamado Petrus in Gallicantum donde se produjeron las tres negaciones. Se baja hasta el Cedrón y a la altura de las primeras casas de Siloé se cruza hacia lo que hoy son interesantísimos restos arqueológicos con la mazmorra donde estuvo Cristo retenido. El conjunto de la celebración, desde las 9 de la noche hasta entrada la madrugada, es impresionante.
Todo eso sucede mientras Jerusalén intra muros es tomada por la policía de Israel en presencia que impone y da respeto a visitantes neófitos pero que resulta muy necesaria porque ordenan el flujo de paso por esquinas estratégicas. Somos muchos los cristianos que acudimos en esos días a conmemorar los Hechos más grandes que conocieron los tiempos pero además también acuden judíos de todo el mundo a la fiesta de su Pascua seguida del Sabat y muchísimos musulmanes que llegan para vivir el gran viernes coránico en la Explana de las Mezquitas, el tercer gran lugar de peregrinaciones del Islam. En definitiva, en una ciudad que triplica su población el orden en las calles es preciso aunque los encargados de guardarlo nos parezcan intimidatorios.
En la mañana del Viernes Santo se suceden los grupos que hacen el Via Crucis por la Via Dolorosa desde el Litrostoto hasta el Santo Sepulcro con una variante sobre cualquier otro día y es que las estaciones de la diez a la catorce se invocan en el patio de los ortodoxos coptos ya que el gran templo del Santo Sepulcro el Viernes Santo permanece cerrado al público quedando en exclusiva para las liturgias de las distintas iglesias cristianas de las que algunas, como las ortodoxas griega y armenia, suelen durar horas.
El sitio más factible para celebrar la Muerte del Señor es la basílica de la Agonía en Getsemaní y allí tiene lugar un ritual muy rico en tanto en el amplísimo espacio del torrente del Cedrón convertido en gran acampada continúan miles de hindúes llegados a Jerusalén el Jueves Santo en condiciones precarias. Los grupos de malayos, indonesios, nigerianos… todos muy llamativos con ropas casi folclóricas, se reparten por los alrededores. Es la más palpable expresión de la universalidad del cristianismo.
A la caída de la tarde, en el corazón del barrio cristiano de Jerusalén Viejo se celebra la única procesión con imagen: el Santo Entierro. Un Cristo yacente sobre una superficie simple y sencilla recubierta de un paño blanco es llevado a hombros de seis personas. Abren el cortejo unos tambores de scouts que recuerdan las parcas manchegas siguiendo una cruz alzada con sudario y un piquete de muchachos con fanfarrias y grandes capas blancas marcando a la espalda la Cruz de Jerusalén en rojo; aparecen acólitos de túnicas blancas con incienciarios y navetas y el Señor al que siguen muchos feligreses con canciones en árabe, lengua propia de los católicos de Jerusalén. La procesión se limita a dar una vuelta a la manzana del convento de los Franciscanos lo que se realiza en una hora escasa.
El Sábado Santo más que como tal se vive como Sábado de Gloria. Dada la complejidad de las liturgias de las distintas iglesias cristianas presentes en la basílica del Santo Sepulcro, los católicos representados por los Franciscanos se trasladan desde su capilla de Santa Catalina hasta el Santo Sepulcro y celebran la Resurrección a las 7 de la mañana.
Una vez más Getsemaní es el lugar idóneo para la Vigilia Pascual de nuestros grupos y allí nos concentramos cientos de personas después de la cena. Es una celebración muy bonita que llega a sentirse como entrañable sobre todo cuando el oficiante es un buen amigo.
Amanecer en Jerusalén el Domingo de Resurrección es un gozo insospechado cuando todas las campanas de iglesias cristianas repican sin cesar y aparece por calles que se llaman San Francisco, Santa Helena, Casa Nova… un cortejo encabezado por los consabidos guardianes turcos con ropaje de época y grandes dagas que son seguidos por scouts de distintos uniformes, muchachos y muchachas, con tambores y gaitas y llamativas banderas; van al Patriarcado Latino a recoger al Patriarca y llevarlo al Santo Sepulcro
Cuando esa algarabía de sonidos y colores se disipa el peregrino se percata de que Jerusalén ha cambiado. Lugares multitudinarios de días pasados como las puertas de Damasco o Jaffa o el bazar del Wad aparecen como desangelados. Los grupos cristianos han emprendido su marcha pero también los judíos de todos los confines tras la Pascua y el Sabat y los musulmanes se van camino de Betania, Naim, Shiloh, Ramallah… y cien pueblos palestinos más
Una última etapa de los grupos de los Franciscanos que durante todas las celebraciones han hecho valer su condición de Custodios de Tierra Santa nos lleva a celebrar la misa del Domingo de Resurrección en Emaús, donde Cristo resucitado se apareció a dos amigos
En líneas generales, sin ahondar en precisiones para no hacer esta crónica cansina, así es como se vive la Semana Santa en la tierra del Señor, caminando por los caminos de Cristo, estando donde Él estuvo.
Juan José Domínguez González
hermano Archivero